13 ago 2011

Así es la base militar más pequeña de Afganistán

Una señal pintada a mano a la entrada de la pequeña base militar de EEUU en Afganistan reza “Bienvenidos al infierno”.

El infierno, en este caso, tiene piscina.

En las desoladas montañas al norte de Kandahar un pelotón de selectos soldados desempeña labores de contrainsurgencia en una de las zonas menos poblada de la región.

El puesto avanzado de combate Baylough, en el distrito Day Chopan de Zabul, se asoma sobre un valle de huertos y aldeas rodeadas de escarpados picos de 3.000 metros.

El teniente coronel Jeff Stewart asegura que él mismo estudió cuidadosamente la personalidad y habilidades de cada soldado antes de destinarlos al primer pelotón de la Compañía Bravo en Baylough.

En el pelotón se autoproclaman los Rangers de Reed, en honor al sargento de primera clase Thomas Reed, un ex instructor de los Rangers que se encarga de liderar a sus soldados a lo largo de unas montañas implacables.

Baylough está asediado por todas partes por grupos locales de talibanes, que lanzan cohetes y morteros de forma regular a la base y hostigan a los soldados con fuego de rifles. Si bien los soldados del primer batallón aún no han sido atacados durante una patrulla, sí han tenido que defender su base en numerosas ocasiones.

El 24 de julio los soldados se despertaron al alba, con el sonido de tres cohetes que impactaron en la base hacia las 4.45. A los pocos segundos, las tropas estaban disparando rachas de fuego contra las montañas, en donde podían ver a combatientes armados que corrían en busca de refugio.

Cada vez que la batalla se calmaba y los soldados intentaban desayunar algo, de nuevo el enemigo lanzaba cohetes. Enjambres de moscas se dieron el gran festín entre la comida abandonada precipitadamente.

Entrada la mañana, los soldados de EEUU lanzaron también cohetes, dos misiles Javelin que acabaron con una posición de los talibanes. A lo largo de ese día 13 cohetes talibanes impactaron en Baylough, aunque ninguno de ellos hirió a nadie o causó daños significativos.

Los talibanes, no obstante, sí parece que sufrieron daños. Conversaciones de radio interceptadas indican que tres combatientes murieron en un ataque con mortero y varios resultaron heridos. Durante las siguientes 24 horas los insurgentes emitieron música fúnebre en sus radios.

Stewart describe lo que ocurre en la zona de Baylough como una “lucha clásica de contrainsurgencia”, en la que sus soldados luchan con los talibanes por ganarse el apoyo de unas pequeñas aldeas sobre un terreno implacable.

Reed y el líder del pelotón, el capitán Charlie Timm, se turnan para dirigir las patrullas diarias a los pueblos en donde efectúan “reuniones de liderazgo”, lo que significa que se sientan con los ancianos y hablan con ellos sobre lo que ocurre en la zona, desde los últimos movimientos de la insurgencia hasta cómo van las cosechas de trigo.

“Yo soy un granjero allá en casa, así que me interesa todo esto”, le dice Reed a Hajii Abdulbari, un anciano de una aldea cercana a la base. “Tengo caballos y también vacas, pero aparte de eso cultivamos las mismas cosas”.

Reed, un afable y educado texano, dice que odia este tipo de reuniones, pero en cuanto comienza a hablar con Abdulbari está claro que quiere ayudar en todo lo que pueda.

La reunión da vueltas y vueltas. Reed quiere información sobre los talibanes y que Abdulbari cree una fuerza de policía local para combatirlos. Abdulbari quiere más seguridad antes de arriesgarse a poner en juego la vida de sus hijos. Reed sostiene que no lograrán tener seguridad hasta que los habitantes locales se opongan a los talibanes.

Reed y Abdulbari coinciden en que el Gobierno de Kabul no puede garantizar la seguridad en Day Chopan. El Ejecutivo afgano ha cortado la ayuda al desarrollo del distrito debido a los problemas de seguridad. Es una pescadilla que se muerde la cola. Sin incentivos económicos al desarrollo que ofrecer a los habitantes de la zona, Reed y Timm tienen pocos elementos de negociación para lograr el apoyo de Abdulbari. Cuentan únicamente con su iniciativa, su ingenuidad y su poder de lucha para lograr algún avance.

Durante una patrulla Timm le pide al líder de una aldea que le transmita un mensaje extraordinario a un comandante local de los talibanes: “Que baje al centro del distrito y hable conmigo”. Es muy raro que el líder de un pelotón intente sentarse a hablar con un líder talibán, pero Timm cree que una negociación es una buena manera de cambiar la situación de la seguridad en Baylough.

Reed y sus soldados, cubiertos de sofisticados instrumentos electrónicos y armas contrastan enormemente con Abdulbari y su entorno, vestidos con sencillez. Un hombre descalzo abre una almendra con dos piedras polvorientas mientras hablan Reed y Abdulbari.

“Esperamos que pueda darnos seguridad, porque llevamos cuatro décadas en guerra”, le dice preocupado Abdulbari. “Nos sentimos impotentes para pararlo”.

Cuando no están luchando contra los ataques de los talibanes o patrullando por las aldeas cercanas, los soldados de Baylough trabajan para mejorar sus austeras condiciones de vida. Su gran proyecto hasta el momento: una piscina.

Para construirla, abrieron a paladas una enorme zanja en medio de la base y la revistieron con una vieja tienda de campaña. Una bomba hace que el agua circule, aunque la tienen que vaciar y llenar cada semana porque el polvo de los helicópteros que aterrizan no muy lejos tiñe el agua de marrón. Una jirafa hinchable se tambalea sobre el agua helada, aterrorizando a la mascota de la base, la perrita Lady.

Bienvenidos al infierno, efectivamente.


Fuente: LaInformacion.com

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